Es sabido que lejos de la frivolidad que supone ser, la moda implica en realidad manifestaciones, formas de expresarse y de diferenciarse en las sociedades del mundo. De lecturas como las que nos ofrecen Gilles Lipovetsky (El imperio de lo efímero,1990) o Roland Barthes (El sistema de la moda y otros escritos, 1967) podemos entender su complejidad, definirla como un sistema que funciona como herramienta para la elaboración de vínculos, que además informa sobre la clase social de pertenencia y sobre el estilo de vida adoptado por el individuo que lo lleva.
Por ello, las elecciones estéticas que realizamos a diario no son fútiles; sino que involucran una ideología personal, se crean con la inconciente finalidad de lograr una cohesión y una identidad definida.
Y con su asentamiento en la sociedad moderna, la moda esfumó los valores tradicionalistas, en pos de un mundo de novedades, que como afirmaba Lipovetsky se dio junto con dos importantes procesos: por una parte la ascensión económica de la burguesía, por otra el desarrollo del Estado moderno, que, juntos, proporcionaron una realidad y una legitimidad a los deseos de promoción social de las clases sometidas al trabajo.
Esto además de proponerla como eje cardinal de las modernas sociedades de consumo, la llevó a la cima de la mecánica industrial de la fabricación y con ello la serialización y masificación de las prendas, que hizo un hoyo en la producción artesanal. Sobre este tema la Teoría Crítica elaborada por la Escuela de Frankfurt tiene casi todo escrito, y podemos revisar sus fundamentos para afirmar que las películas, las series televisivas, las revistas y actualmente también los blogs y las redes sociales constituyen un sistema que determina el consumo y organiza las preferencias del público, creando estereotipos.
Y como se describe en Mundialización de la cultura (Jean-Pierre Warnier, 1999), a diferencia de la producción artesanal, la producción industrial se caracteriza por crear objetos en serie que son idénticos entre sí y esta estandarización de la producción genera una homogenización del consumo.
Hoy en día con el fast fashion de Inditex y Cia. atestando las calles de un mundo que se mide en Tuits o Pines y que actualiza el concepto de lo aspiracional, autores como Horkheimer o Adorno se ven más revalidados que nunca.
Y creo que una buena acepción del lujo la podamos encontrar en la antítesis de todo lo descrito anteriormente; en la mano del ser humano que borda un aplique o que trenza un cuero, en la artesanía que sólo algunas firmas continúan ofreciendo y que se vuelve única, personalizada, con una identidad propia y enormemente deseada, ¿no es eso acaso lo que en el fondo todos queremos?